“La potencia de existir”: una filosofía del cuerpo, el placer y la vida terrenal según Michel Onfray
Onfray propone una filosofía fundada en la inmanencia, el placer consciente, la ética corporal y las micro‑resistencias a estructuras de poder que marginan lo sensible.
FILOSOFÍAMICHEL ONFRAY
5/8/20245 min read


“La potencia de existir” es un manifiesto escrito por Michel Onfray, publicado originalmente en francés en 2006 y traducido al español en 2008. En este texto, Onfray plantea una filosofía alternativa al pensamiento occidental dominante, proponiendo un hedonismo consciente y preocupado por la inmanencia del cuerpo y la experiencia sensible. Rechaza el idealismo tradicional, firme defensor de Platón y el cristianismo, por su desprecio al cuerpo, al placer y a la vida terrenal.
Filosofía institucional versus contra‑filosofía
Onfray critica duramente la historia oficial de la filosofía, que sitúa a Sócrates como punto de partida y a Platón como su principal discípulo. Esta tradición crea una “religión de la Idea”, una filosofía idealista fundada en la razón, el dualismo alma-cuerpo, el desprecio al cuerpo, el ascetismo y una visión de la salvación en un más allá. Según Onfray, esta hegemonía ha permeado el pensamiento occidental a través del cristianismo y el idealismo alemán, perpetuando la idea de que lo real está en otro mundo.
Frente a ello, reconoce la existencia de una contra‑filosofía materialista que incluye a autores como Demócrito, Diógenes, Epicuro, Montaigne, Nietzsche, Deleuze y Foucault. Esta tradición defiende la materialidad del cuerpo y la realidad sensible, rechaza la trascendencia y propone una ética basada en el placer racional y la vida terrena.
La defensa de la inmanencia
Onfray reivindica el concepto de inmanencia, es decir, todo lo real está dentro del mundo sensible, sin necesitar una dimensión trascendente. Según él, esta postura ha sido estigmatizada por el platonismo como una “mala palabra”. Rechaza también las interpretaciones reduccionistas del placer como simple voluptuosidad o salvajismo animal, y propone un hedonismo reflexivo, donde el placer se entiende como ausencia de perturbación (ataraxia), basado en el uso moderado de los deseos naturales y necesarios.
El cuerpo como fuente de pensamiento
Rechaza la idea de una filosofía sin cuerpo, un pensamiento que se sostiene en el aire sin conectar con la experiencia corporal. Para Onfray, el cuerpo es la base de todo, y la filosofía debe reconocer que el pensamiento brota de la carne. Esta concepción rompe con la tradición filosófica que privilegia el alma y desvalora lo corporal.
Hedonismo, materialismo y utilitarismo
Onfray retoma tres conceptos fundamentales que han sido incomprendidos o denostados: hedonismo, materialismo y utilitarismo.
Hedonismo: no es solo indulgencia o egoísmo, sino goce y alegría consciente, “gozar y hacer gozar”. No puede justificarse el placer si provoca sufrimiento a otros.
Materialismo: no es acumulación ni obsesión por lo económico, sino una concepción del mundo como ordenamiento de la materia. El cuerpo y lo material son fundamentales.
Utilitarismo: no es egoísmo pueril, sino maximizar la felicidad para el mayor número posible. Una ética compartida, que vaya más allá del “mí primero”.
Onfray considera esencial redescubrir estos conceptos para construir una ética realista, alejada del consumismo superficial.
Crítica a la moral monoteísta y la posmodernidad
Vivimos en una época sin brújulas morales claras, en el fin de un mundo y el comienzo de otro. Según Onfray, esto genera un vacío donde proliferan lo irracional y el pensamiento mágico. El discurso dominante ante ese vacío suele ser regresar a religiones monoteístas, ya sea judaísmo, cristianismo o islam, o adoptar integrismos. Él propone, en cambio, un ateísmo ilustrado que promueva la razón, la inteligencia, la vida, el cuerpo, las pasiones y los deseos, frente a la “religión del libro” que menosprecia la experiencia terrena y bloquea el pensamiento libre.
Hacia una ética del sabio y no del santo
Onfray aboga por una ética humana, no teológica. Tras los horrores de la historia (guerras mundiales, genocidios, totalitarismos, Hiroshima), es imperativo construir una moral más modesta, ajustada a los contextos, realista. No persigue un ideal heroico o santo, sino una vida prudente, sabia, sensible, que haga el bien sin aspirar a una pureza imposible.
Esta ética nace del cuerpo, de las conexiones neuronales, de lo humano. No hay bien o mal absoluto (preexistente), solo construcciones humanas, fruto de decisiones colectivas. Por esto, propone abandonar la moral trascendente y abrazar una ética inmanente y particular.
Una geometría relacional
En su propuesta, Onfray describe una “geometría de círculos éticos”: partiendo del yo como centro, elabora relaciones con el otro graduadas y dinámicas, sin posiciones fijas de poder. La amistad, el amor, el odio, cada vínculo exige demostraciones concretas (gestos, actos). No basta declararse amigo o amante: hay que actuar. De allí surge una ética vehiculada por los hechos, no por el dogma.
La virtud de la cortesía
La cortesía es un gesto ético menor pero potente: saludar, agradecer, respetar al otro. Según Onfray, las civilizaciones castigadas y humildes suelen cultivarla, mientras que las sociedades fragmentadas y dominantes tienden a abandonarla. El ritual de reconocimiento mutuo es principio de la moral efectiva, aplicada, encarnada.
Erotismo como sanación del cuerpo
Onfray critica las formas de erotismo cristiano, que desvalorizan el cuerpo y la sexualidad, especialmente en lo referente a la mujer, confinándola a roles de virginidad, maternidad y obediencia. El deseo es habitualmente interpretado como falta, insatisfacción, tentación o pecado. La cultura judeo-cristiana promueve un erotismo basado en la privación, la culpa, la espera de la “alma gemela”.
En contraste, propone separar el amor de la procreación, y la sexualidad del sacrificio. La relación sexual debe buscar el disfrute pleno del presente, sin infliger daño o culpa. La repetición de encuentros intensos puede construir una historia afectiva genuina, y no se basa en la expectativa de un final predibujado, sino en la creación compartida de momentos gozosos.
Perfeccionamiento humano
Para Onfray, el ser humano no es un fin en sí mismo, sino algo que puede trascender sus limitaciones. La humanidad surge de la relación entre la conciencia de sí mismo, la conciencia del otro y la del mundo real. Vivir bien es conectarse consigo mismo, con los demás y con el entorno. La filosofía hedonista es una invitación a mejorar esa conexión, en vez de resignarse a la mecánica cotidiana.
El valor de la vida y la gestión de la muerte
La vida no se cuantifica por su duración sino por su calidad. Morir es mejor que vivir mal. Tenemos el deber de resistir a la muerte con fuerza vital, de no “morir en vida”. La consciencia de tensión entre lo inevitable (la muerte) y la intensidad del vivir auténtico constituye un desafío ético: llenarla de pasión, sensualidad, alegría.
Micro‑políticas y utopías concretas
Onfray no es partidario de la revolución universal, sino de la construcción de “islas de Epicuro”: espacios, micro-sociedades donde se practique lo que denomina política de lo posible. Comunidades temporales, nómadas, concretas, donde se vivan relaciones fraternales, resistencias micro-fascistas, alternativas reales al modelo dominante. Una utopía práctica: pequeños enclaves reproducibles que vivan según formas de sociabilidad deseables.
La política del cuerpo y la revolución cotidiana
Cada decisión individual y colectiva puede ser acto político si promueve la potencia de existir. El goce compartido, el reconocimiento corporal, la amistad encarnada, y el reequilibrio de lo sensible frente a la lógica del beneficio y el consumo, son formas de subversión ética y política. Sin apelar a doctrinas totalizantes, sino al día a día, al micro‑rescate de la vida y el cuerpo.
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